En muchas ocasiones nos ponemos expectativas tan altas que no podemos cumplirlas. Dios nos recuerda en su Palabra nuestra fragilidad; esto significa que Dios reconoce y tiene en cuenta que los seres humanos somos limitados y vulnerables. Esta es una idea que resalta la compasión y misericordia de Dios hacia la humanidad.
Cuando cometemos errores nos encontramos con Su gracia. Muchas veces nos hemos sentido desanimados por los tropezones y caídas que hemos tenido, y hasta pensamos que no vale la pena. Sin embargo, hoy necesitamos apreciar la belleza de nuestra condición de barro, es decir, quitémonos un peso de encima, porque Dios no espera perfección de nosotros. En lugar de ver nuestras debilidades con desaprobación y decepción, Él nos mira con compasión, y a través del sacrificio que hizo Jesús en la Cruz por nosotros.
Cada tropiezo es una oportunidad para acercarnos a Él. Todos hemos tropezado, todos nos hemos caído, todos en ocasiones hemos dicho: “no voy más”… pero Su gracia nos alcanzó.
Su gracia hace que lo inservible comience a ser útil, que lo que el mundo considera basura, sea una vasija útil. Cada experiencia de nuestra vida se va entretejiendo con mi vida, mis actitudes y hasta cada experiencia vivida.
Su gracia es mayor, si las pruebas aumentan;
su fuerza es mayor si la prueba es más cruel,
si es grande la lucha, mayor es su gracia;
si más son las pruebas, mayor es su amor.
Esto es parte se un poema dedicado a la misericordia de Dios.
Escrito por la creyente Annie Johnson Flint, en medio de una dura enfermedad crónica, el himno enaltece y agradece al Señor por su infinita grandeza.
Si pudiéramos ver a Dios de esa manera, todo sería distinto. No olvides que solo es por su gracia.
Si fuiste confrontado hoy de lo maravilloso de su gracia, te imvito a que me dejes tu comentario.
Comentarios
Desde el instante en que mis ojos se abren cada mañana, siento que soy testigo de la gracia de Dios. No es un evento extraordinario que espero, sino una presencia constante y sutil que se manifiesta en lo cotidiano.
El primer rayo de sol que se cuela por la ventana, pintando las paredes con tonos dorados y rosados, es una promesa silenciosa de un nuevo comienzo. Es la gracia de la luz, disipando la oscuridad y recordándome la renovación.
Al levantarme, la simple acción de respirar, de sentir el aire llenar mis pulmones, es un recordatorio de la gracia de la vida misma. Cada latido de mi corazón, sin esfuerzo consciente, es un milagro que me sostiene.
El aroma del café recién hecho, el canto de los pájaros que se filtra desde el exterior, la frescura del agua al lavarme el rostro... todos son pequeños detalles que, al observarlos con atención, se revelan como regalos. Son la gracia en la abundancia de los sentidos, que me permiten experimentar el mundo en toda su riqueza.
Cuando comparto el desayuno con mi familia, o incluso en la quietud de mi propia compañía, la sensación de paz y gratitud que me invade es otra manifestación. Es la gracia de la conexión y la provisión, que me asegura que no estoy solo y que mis necesidades básicas están cubiertas.
Incluso en los desafíos que el día pueda traer, hay una gracia inherente. La gracia de la fortaleza para enfrentar lo desconocido, la gracia de la resiliencia para superar los obstáculos, y la gracia de la sabiduría para aprender de cada experiencia.
Así, desde el primer aliento al despertar hasta el último pensamiento antes de dormir, la gracia de Dios se revela como un hilo invisible que teje cada momento de mi existencia. No tengo que buscarla; ella simplemente está, esperando ser reconocida y agradecida en la belleza y la simplicidad de cada nuevo día.
Efesios 2:8-9 (NVI): "Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte."