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¡Qué comparación tan interesante! Si acompaño a alguien que está sufriendo, podría sentirse como abrazar a un puercoespín, porque las espinas del puercoespín inevitablemente me picarán a mí. Sin embargo, la biblia me llama a llorar con los que lloran, a ser empático con el que siente dolor.
Hace muchos años llegó una mujer a nuestra casa dolida por la desilusión, abatida por la infidelidad y el abandono, y recuerdo que en muchas ocasiones me dijo: “¿De verdad me quieren ayudar? Es que todo el mundo que me quiere ayudar termina peor que yo.”
“Alégrense por la esperanza segura que tenemos. Tengan paciencia en las dificultades y sigan orando. Estén listos para ayudar a los hijos de Dios cuando pasen necesidad. Estén siempre dispuestos a brindar hospitalidad. Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran.” (Romanos 12:12-13, 15)
Ser empático es un mandato divino y un aspecto vital de la madurez cristiana. Como pueblo santo de Dios, los cristianos deben gozarse con los que se gozan y llorar con los que lloran.
A menudo, lo primero que debemos hacer con los que sufren es simplemente acercarnos a ellos, reconocer su dolor, expresar nuestras condolencias y asegurarles nuestro amor y nuestras oraciones. Muchos de nosotros podemos testificar de primera mano que cuando miramos atrás a épocas de intenso dolor, no recordamos las palabras exactas que nos dijeron, pero sí recordamos las personas que estuvieron presentes y que nos acompañaron en nuestro llanto.
Alguien dijo: “Cuando llora el alma, no puede cantar el corazón. La congoja no le deja y se lo impide un nudo en la garganta.” “La congoja en el corazón del hombre lo abate; mas la buena palabra lo alegra.” (Proverbios 12:25)
En ocasiones solo alegramos el corazón de alguien con estar cerca y ni las palabras son necesarias. Hoy te invito a alegrar el corazón de tu amigo (a) con una palabra de aliento, un abrazo, o tu compañía para que su corazón deje de estar triste.
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V. Cucuta