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En la última noche que Jesús pasa con sus apóstoles, él les lavó los pies, y así les dio una excelente lección sobre servir a los demás con humildad. ¿Por qué fue necesario? Porque demostraron que tienen un punto débil. Eran leales a Dios, pero aún estaban pensando en quién de ellos era el mayor o más importante.
Nos hemos encontrado en situaciones similares, donde terminamos en una competencia de quién es mejor, quién lo hace mejor, pero la pregunta es: ¿valdrá la pena esta controversia que nos trae enojos y contiendas con el equipo contrario?
Cuando llegan los juegos de baloncesto, en nuestra iglesia tenemos la controversia de los que van a LeBron y los que van a todos menos a LeBron. Siempre escucho a mi esposo y siempre hablan de quién lo hizo y lo hace mejor, pero en ocasiones se les olvida que eso depende desde la perspectiva con que miremos las cosas y los jugadores.
Esto no tiene que ver con quién es el mejor, porque ese que es el mejor también puede tener un día malo. En realidad la competencia siempre trae controversia entre los fanáticos e incluso los mismos jugadores. En una competencia, sea cual sea, hay unos jugadores y unos contrincantes y alguien siempre ganará y otro será el perdedor o como decía aquel motivador de mi infancia: “un casi ganador”.
La competencia tiene lugar tanto en el ámbito físico como en el espiritual. La competencia es importante para el creyente si quiere tener una victoria espiritual y seguir fielmente a Jesucristo. Dice Filipenses 2:3-5, “No hagan nada por rivalidad o presunción, pero en humildad consideren a los demás como más importantes que ustedes mismos.”
La forma más extrema de competencia es la guerra. En una batalla, las personas compiten por la dominación, y las consecuencias son las más graves porque las personas mueren. Como creyentes, se nos dice que somos más que vencedores en Cristo Jesús (Romanos 8:37); debemos derribar fortalezas (2 Corintios 10: 4); debemos pelear la buena batalla (1 Timoteo 6:12; 2 Timoteo 4: 7); y debemos ponernos la armadura de Dios (Efesios 6). Estos son solo algunos versículos que nos muestran que estamos en competencia con "las fuerzas espirituales del mal en los reinos celestiales" (Efesios 6:12).
Estamos en una lucha constante contra las huestes espirituales de maldad por nuestra alma y el alma de nuestra gente. Yo como mujer tengo una responsabilidad y es que mientras esté en mis manos, pelearé en oración por el alma de mi esposo, mis hijas, yernos, sobrinos, en algún momento por el alma de mis nietos y lucharé hasta que no me queden fuerzas porque el enemigo anda como león rugiente buscando a quien agarrar y créanme que mientras esté en mis manos, CON LOS MÍOS NO SE METERÁ.
Mi familia le pertenece al altar y nunca al pecado, ni a las drogas. Mi familia fue creada para servir y agradar a Dios, y para honrar al Rev. Luis Blancovitch González (mi padre) y al Rev. Linardo Enrique Báez Ruiz (mi suegro) —ambos ya en la presencia del Señor, a sus esposas Aida Vélez Ortíz y Rosa Albino Vélez, que están con nosotros como guerreras, peleando por el alma de nuestras familias.
Confieso que hasta el final de mis días pelearé y le arrancaré de la garras del enemigo a cualquiera que me pida ayuda.
Si vives en una lucha constante, si como yo peleas por el alma de tu familia , déjame tu comentario para que alguien más sea bendecido.
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