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Esa frase me marcó de una forma muy grande. Quienes me conocen saben que digo que “yo hablo en cursivo”; así lo describió un estudiante hace muchos años, porque cuando le hablaba no me entendía. La realidad es que yo hablo rápido y con un volumen de voz muy fuerte.
En este tiempo de pandemia trabajé desde mi casa, y mi esposo decía que toda la calle (nuestros vecinos) donde vivimos tomó mis clases, pues todo el mundo me escuchaba. Creo que en mi caso, al ser maestra, me acostumbré a hablar alto para que todo el salón me escuche, y por eso desde que nos mudamos a nuestra casa, hace 21 años, mi esposo siempre ha dicho: “Desde la cancha te escucho. Desde los buzones escucho tu voz.”
La biblia dice que cuando los romanos atraparon a Jesús para matarlo, muchos identificaron a Pedro como uno de los discípulos, aun habiendo negado a Jesús. “Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre.” (Mateo 26:73)
Me parece cierto que cuando hablo muestro quién soy. Pablo escribe a Timoteo aconsejándole: “… sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.” Muchos conocerán a Dios, no por un predicador, sino a través de tus palabras y comportamiento. Esto significa que Dios me pedirá cuentas a mí por la vida de aquel a quien le di mal testimonio, de aquel a quien no le prediqué correctamente. Es difícil pensar esto, pero es un realidad que no podemos sacar del panorama. ¡Estemos alertas de cómo hablamos, aún sin palabras!
Mi manera de hablar, de vestirme, de actuar, dice quién soy en realidad. Nos guste o no nos guste, por ahí dicen que el vestido no hace dal monje, pero lo distingue.
“Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles.” (1 Corintios 8:9 RVR1960)
“Los tropiezos son inevitables, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino atada al cuello, que servir de tropiezo a uno solo de estos pequeños. Así que, ¡cuídense!” (Lucas 17:1-3)
Cuidémonos de no ser causa de tropiezo para la fe de nadie;
¡Recuerda-tu manera de hablar te delata!
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