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¿Cómo olvidar aquel día de agosto del 1995? Regresábamos de dar un paseo por aquellos lugares en que mi esposo vivió cuando era niño. Quien lo conoce sabe que sus destinos favoritos son los lugares donde vivió, caminó y estudió. Ese día regresábamos de Villalba. Yo acababa de darle leche a Yadheera, que tenía cinco meses, y de repente algo pasó. Una guagua nos desbarató el carro, el mismo que hacía unos días habíamos terminado de pagar. Un Honda Prelude deportivo de color negro. Destrozado. Recuerdo claramente ver a mi esposo corriendo por el estacionamiento del Mayagüez Mall. Se caía, se levantaba, me preguntaba: “¿Estás bien? ¿Y la nena?”, y se volvía a caer. Había un montón de luces y carros alrededor. Yo estaba pillada con el radio del carro enterrado en mi rodilla, el brazo izquierdo partido y la bebé llorando, sin poder hacer absolutamente nada. Al cabo de unos minutos se acercó un señor que no conocía y tomó en sus brazos a Yadheera, quien lloraba y gritaba con mucha fuerza. Al día de hoy no tengo idea de quién era aquel caballero. Solo puedo pensar que fue un ángel enviado del cielo para calmar a Yadheera, quien también había quedado pillada en el asiento para bebés en la parte trasera del carro. Varios minutos más tarde me dijeron: “Ya la nena está con Diana” (mi cuñada). Entonces me subieron en una ambulancia y me llevaron a la Sala de Emergencias del Centro Médico.
La vida nos pasa en unos segundos por la mente ¡y nos preguntamos tantas cosas! Son esas heridas las que nos marcan para siempre. Tengo en mi brazo izquierdo, el brazo con el que escribo, ocho tornillos y dos placas de metal. Hoy solo puedo mirar atrás y pensar una y otra vez que mi vida y la de los míos están en las manos de Dios.
Años más tarde, comencé a trabajar en una ciudad a unos 30 minutos de mi casa, así que cada mañana dejaba a las nenas con mi mamá, quien las cuidaba. Acabábamos de comprar un carro de transmisión manual que no sabía manejar muy bien, así que para llegar a tiempo al trabajo, salía muy temprano de mi casa. Una mañana dejé las nenas en casa de mi mamá, y cuando iba rumbo a mi trabajo una guagua amarilla me llevó “enredada” y me volvió a desbaratar el carro. Esta vez iba conduciendo yo. Me tomaron 35 puntos de sutura en la cabeza, específicamente en la parte detrás de la oreja. Sí, otra vez sin carro y otra nueva oportunidad de vivir. Solo sé que una vez más Dios cuidó de mi vida. Una vez más estuve a punto de perder la vida y Dios decidió preservarla.
Constantemente estamos expuestos a muchas cosas por el simple hecho de salir de la casa, de vivir. La vida es impredecible. Y el enemigo vive en una constante lucha por arruinar los propósitos de Dios. Hoy te recuerdo que si aún vives y estás en pie es porque lo que viniste a hacer en este mundo aún no ha concluido.
Los discípulos de Jesús también se encontraron en una situación similar. Se desató una gran tormenta. En medio de la tormenta, los discípulos tal vez pensaron que Jesús los había olvidado, pero Él sabía exactamente dónde estaban ellos y qué estaban experimentando. Era de noche. Había vientos fuertes, las olas rompían y la visibilidad era poca. Para los discípulos, que estaban en el mar en una pequeña barca, la situación había empeorado, y Jesús no estaba con ellos. Mientras ellos lidiaban con una tempestad, Él estaba orando en la ladera de una montaña. Cuando Jesús iba caminando hacia ellos sobre el agua, ellos, en su desesperación, no le reconocieron. Muchas veces el Señor Jesús no viene a nosotros de la manera que esperamos. Nuestras ideas preconcebidas de cómo Él trabaja pueden hacer que nos preguntemos dónde pudiera estar e impedirnos ver lo cerca que está.
En muchas ocasiones nos preocupamos más por lo que nos está pasando, que por ver en realidad qué debemos aprender en este proceso. Jesús está cerca de nosotros. Él nos busca para ayudarnos en el problema, pero a veces estamos tan ciegos por la crisis o la adversidad, que no vemos cuán cerca está de nosotros. “Claman los justos, y el Señor los oye, y los libra de todas sus angustias. Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo libra el Señor". (Salmos 34: 17-19) ¿Qué mejor promesa que esa?
No olvides que cuando más oscura está la noche, es cuando más cerca está el amanecer. ¡Esto que estás viviendo pronto pasará! Sí, mañana veremos el propósito de esta lección llorada, sufrida y que hasta cicatrices nos ha dejado. Al fin y al cabo, si algo aprendemos, me parece que vale la pena cada cicatriz. Yo tengo varias cicatrices, pero en este momento puedo agradecer a Dios y cada vez que las miro recuerdo que tengo un Dios que prometió estar conmigo. El profeta Isaías decía: “Aunque se levante el enemigo como río, su Espíritu Santo levantará bandera.” (Isaías 59:19) El Señor vendrá a mi rescate y levantará bandera. Créeme que lo ha hecho muchas veces y mi confianza está en que lo seguirá haciendo.
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Comentarios
Gloria a Dios por cada nueva oportunidad brindada.
Dios te bendiga cada día más.
Gracias nuevamente Pastora. ¡Bendiciones!
Verdades Bíblicas poderosas que me refrescas. Mil gracias, es una bendición leerte.