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Es difícil en muchas ocasiones lidiar con tantos temores que como mujeres arrastramos. Muchos de ellos se formaron en el ambiente en que nos criaron, el ambiente es que crecimos o nos desarrollamos. Hay muchos miedos que conocemos: miedo a engordar, a envejecer, a la soledad, al fracaso. Las mujeres, como los hombres, enfrentamos distintos miedos, pero la manera en que los enfrentamos es lo que determina si los superamos o nos resignamos a vivir con ellos.
Recuerdo que, de niña, algo a lo que le tenía pánico era a esos días de lluvia donde regularmente se iba a luz. Comenzaba a llorar, y como el cuarto de mis padres era el más lejano al mío, mi hermano mayor, Luisito, me escuchaba y venía a quedarse en mi cuarto para que yo me fuera al de él. Yo me iba al cuarto con mis otros dos hermanos, David y Edwin, y Luisito se quedaba en mi cuarto, solo y a oscuras. Esos miedos se enfrentan intencionalmente, o la vida nos obliga a enfrentarlos. Cuando crecí seguía teniendo miedo, pero de momento tuve a mis hijas, Yadheera Noríe y Yareethza Noríe, y el sentido de protección se volvió más grande que mis miedos. Veo un perro y me quiero morir de miedo, pero de momento, ya siendo madre, comencé a actuar con valentía frente al perro para demostrar que yo iba a proteger a mis niñas, y para que ellas aprendieran a no tener miedo. Cuando se iba la luz en mi casa buscaba un “flash light” (una linterna), pero el propósito era demostrarles que yo, como la más grande y como su mamá, tenía el control y nada las pasaría porque yo estaba con ellas.
Lo mismo pasa cuando somos hijos de Dios. No puedo decir que Jesús tuvo miedo, pero sí dijo en un momento dado: “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has desamparado?”. En otro momento clamó: “Si es posible, pasa de mi esta copa”. Entonces creo que todos en algún momento sentimos miedo o hasta incapacidad de salir airosos de alguna situación que estemos enfrentando, y sobre la cual no tenemos control.
Dios es nuestro protector. Nuestro Padre nunca nos deja solos, nunca nos abandona. Aunque existan momentos de incertidumbre e impotencia, nos corresponde descansar y declarar la palabra que dice Isaías 43:2, “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo y si por los ríos no te ahogarás, cuando pases por el fuego no te quemará, ni la llama arderá en ti”. Otra palabra que podríamos declarar es lo que dice en 1 Pedro 5:7, “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de nosotros”.
A cada uno de nosotros, las mujeres o los hombres, el temor o el miedo nos impiden alcanzar el potencial que Dios ha soñado para nosotros. Hay mujeres que se sienten impotentes por todo lo que vivieron en su pasado: un padre abusador, una madre despreocupada o demasiado ocupada, unos hermanos maltratantes, o un fracaso en la escuela. Un miedo sin enfrentar se convierte en muchos tentáculos que arropan todas las áreas de nuestra vida, nos incapacitan y nos impiden poder testificar lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.
La Biblia dice en 2 Corintios 10:5, “… llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo…” Esta declaración es una afirmación de que nosotros somos los que debemos tomar control de aquello que pensamos permitiéndole a Dios que sea él quien dirija nuestros pasos, decisiones y pensamientos.
Hoy te invito a descansar en las promesas divinas y declarar junto a mí:
Que ningún miedo o temor tomará dominio ni control sobre nuestras vidas y pensamientos.
Qué nuestras vidas están dirigidas y ancladas en Dios, quien es nuestro dueño y Señor.
Que tomados de Su mano alcanzaremos todo aquelloque Dios dijo desde la eternidad hasta hoy.
¡Superemos nuestros miedos!
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