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Muchas mujeres se sienten invisibles en su propia vida, ya sea por falta de atención de su esposo o de sus hijos, y a ellas, y a todas ellas les recuerdo: delante de Dios no eres invisible.
La Biblia habla de una mujer llamada Agar, que tuvo problemas con su ama y se fue huyendo. En medio del desierto, cuando estaba a punto de morir, llegó a un manantial que estaba en el desierto y Dios le salió al encuentro. En Génesis 16:7 dice que ella misma declaró con su boca: "Tú eres el Dios que me ve”.
Dios nos ve en nuestro caminar por la vida. El no sólo me ve, sino que me interrumpe en medio de la noche oscura, en medio de un momento de tristeza, en medio de mi desesperación, en medio de cada una de nuestras historias. Él nos vé en todo momento.
Cuando yo puedo reconocer al Dios que me ve, que su presencia me acompaña y puedo entender que Él es capaz de llenar todo vacío que haya en mi corazón, entonces mi vida es distinta. Cuando le reconozco, me siento visible, me siento útil, creativa, productiva e incluso dispuesta a trabajar para crecer como mujer.
Yo les cuento mi experiencia como esposa de un pastor. Mi esposo es un hombre muy cariñoso, amable y sencillo, pero cuando empezamos a pastorear él me cuidaba tanto para que mi corazón no se dañara, que en muchas ocasiones sufría solo, lloraba solo e incluso pasaba momentos difíciles solo. Recuerdo que fuimos a un congreso de líderes en West Palm Beach, Florida y en un momento dado nos llevaron a un salón aparte junto a otros pastores principales para ministrarnos. Una profeta se nos acercó y le dice a mi esposo: “Le has sido infiel a tu esposa...” Wao. Por poco me muero. Entonces termina la frase y sigue diciendo: “Has estado viviendo solo en el ministerio, la has dejado a un lado.” Me imagino que todo lo hizo para evitar que yo sufriera.
Desde ese día todo lo compartimos, nunca me ha excluído, aunque hay cosas que, como parte de su ética ministerial, "sé que se llevará a la tumba”. Compartimos la visión que Dios nos ha dado, trabajamos en conjunto, discutimos todo e incluso soy su mayor "cheerleader".
Al comienzo de nuestro ministerio Dios me dijo: “Nunca te tocará defenderlo, eso me corresponde a mí. Solo estás ahí para consolarlo.” Obedeciendo esa palabra, oro por él, lo cubro en oración a cada momento y vivo para agradar a Dios y cuidar con locura lo que puso en mis manos: a él, mi esposo y a mis hijas.
Tú que me lees, no puedes pensar que eres invisible, que nadie te vé, que eres insignificante. El amado de tu alma, nuestro Dios nos vé, está atento a todo lo que deseo, anhelo y necesito. Definitivamente interrumpirá tu vida y te demostrará que NO ERES INVISIBLE.
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